Sí, es cierto. La crónica roja vende, y muy bien. Lo acabo de ratificar
para siempre. Acabo de clarificar mitos, de transformar en certezas
algunas pequeñas dudas que me quedaban sobre el por qué la sangre y sus
manchas rojizas -ese lado más aberrante del ser humano- tienen algún
imán para la ansiedad de las personas.
Google Analytics
me puso el espejo. Esta herramienta del gigante informático, que
permite analizar diariamente el tráfico de usuarios de un sitio en las
más prácticas formas (de qué país o ciudad son, qué contenido buscan,
cuánto tiempo lo leen, etc.), me demostró que el texto más leído en este
blog durante sus poco más de cuatro meses de vida es el post Reflectores para el poder, no periodismo aséptico,
en que se analizó el pedido político del Procurador mexicano a los
medios de no informar en demasía (y sobre todo si eso demostraba
negligencia del poder) sobre el desangre en ese país a causa del
narcotráfico.
¿Cómo han llegado lectores de 19 países y 122
ciudades a este texto en tan solo 35 días? La palabra decapitados tiene
la respuesta. Esa palabra tan gráfica, horrenda, filuda, es la que mueve
todo el morbo a través del buscador de Google hasta llegar al post.
"Videos
cuerpos decapitados Jalisco", "decapitados en México", "cuerpos
decapitados en México", "videos de personas decapitadas". Son solo los
cuatro primeros lugares en la clasificación de qué palabras usaron los
lectores que llegaron a mi post al hacer una búsqueda con Google.
Las
cifras me llevan a una reflexión sobre los contenidos que entregamos en
los medios a esa masa invisible que consume cosas a veces por instinto,
por sensaciones, por morbo. Una reflexión sobre la responsabilidad al
entregar esos contenidos.
No es que no necesitamos crónica
roja. Eso, de plano, lo descarto. La sociedad necesita saber qué pasa en
su lado más horrendo, porque la vida tiene extremos y también matices.
Pero sí inquieta ratificar que hay una tendencia a consumir podredumbre
si es que se la produce de forma antiética, de una manera
sensacionalista.
¿Es posible una información ética,
inofensiva, de crónica roja? ¿Es posible una crónica roja que demuestre
los problemas sin morbo e intente plantear soluciones dentro de esa
necesaria mediación a la que están llamados los medios, a la que estamos
obligados los periodistas?
Creo que sí. Javier Darío Restrepo,
el periodista colombiano especialista en ética, también lo cree. Él se
hace preguntas. Se cuestiona, a manera de pedagogía, que si hay unas
audiencias ávidas de sensaciones, ¿por qué no satisfacerlas? ¿por qué no
lucrar con esa demanda de información?
Restrepo recalca la
necesidad de una información humanizada y humanizante y que las
respuestas éticas que se deben encontrar van por un camino con tres
senderos: el de las soluciones, el de la emancipación y el de la
elevación. En resumen, habla de un periodismo que "busca con urgencia la
solución de un problema concreto, se propone librarse de los prejuicios
y de las imposiciones interesadas de un periodismo comercializado y,
sobre todo, quiere descubrir una dimensión elevada de la profesión".
La crónica roja, el sensacionalismo,
entonces, es un desafío diario, una pregunta ética cotidiana que debe
martillar en nuestras conciencias. Claro que a veces erramos en esas
guerras diarias, en esas guerras perdidas. La historia del periodismo
sensacionalista ha sido esa: múltiples tendencias, gigantescos errores,
desde su despegue definitivo con la batalla -a finales del siglo XIX- de
los editores norteamericanos William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, los
padres modernos del amarillismo, para quienes los titulares
escandalosos, la magnificación de los hechos, la mentira y el rumor
fueron los secretos que levantaron imperios (suena tan paradójico que
los Pulitzer sean ahora, tal vez, el galardón más prestigioso en el
mundo periodístico).
La sociedad necesita un periodismo que
le muestre su espejo, una imagen que tiene cosas buenas y malas dentro
de un arco iris de posibilidades. "Los medios -recalca Restrepo- aportan
para construir o para destruir. Anuncian y estimulan esa construcción
cuando descubren o vocean los logros humanos (...) También se cumple esa
tarea (la humanística) cuando (el periodismo) desciende a los abismos
de la perversión humana, cuando se los muestra como lo que no debe ser,
puesto que también, y muy especialmente, se crea conciencia en el
conocimiento del error y del mal. Pero cuando por ligereza o
inconsciencia el mal aparece como un bien, o el bien se desfigura,
desprecia o trivializa, el medio en vez de construir destruye".
Nuestra
batalla diaria es, entonces, con nuestra conciencia. Esa que, en el
fondo, siempre nos está golpeteando en cada edición, en cada decisión
editorial que tomamos cuando estamos en esa mesa de cirujanos en que se
convierte nuestro escritorio cuando extirpamos palabras, las movemos,
les damos más vida o las botamos al tacho. Son párrafos, títulos, fotos,
pie de fotos, en los que muchísimas veces están en juego la vida de las
personas. Sí, es así de grave como suena.