Artículo de 1891 en el periódico “El Lápiz”


Emilio Zola, el jefe de la escuela naturalista, ha dicho (si mal no recuerdo) que el periódico ha matado la literatura.

Y no le falta razón al gran maestro. El público es un gran lector de revistas. Así lo comprende el literato, y gasta la savia de su talento, ofreciendo ora el punzante epigrama, ya el ingenioso articulo en que burla burlando fustiga los vicios de la sociedad.

En vez de emplear sus facultades intelectuales en una obra seria, las consume escribiendo diariamente para el público. Pero con todo, no cabe negar que el periodismo es un ajente de cultura, aunque casi siempre es fecundo en sinsabores para quien lo ejerce.

El periodista tiene el privilejio de fabricarse enemigos. Si se afilia en algún círculo político, los adversarios le traerán al retortero con sus odios; y si no milita en las filas de ningún partido, será entonces el blanco de los ataques de tirios y troyanos.

No vale que presuma de habilidoso, y se ande por las ramas al decir las cosas. De cualquier modo encontrará en su carrera abundante cosecha de penalidades.

Apóstol de bien, su misión es luchar. Cuando todos vacilan, cuando se pierde la fe en el triunfo de la justicia, debe alentar con su palabra a la multitud y ser el primero en el combate.

Aunque las saetas envenenadas de la envidia le hieran el alma, aunque caiga en la arena ¡bendita caída! Si es por enseñar el bien y practicar la virtud.

Las grandes ideas no triunfan sino con grandes sacrificios, y en la prensa es donde se esgrime “la pluma que golpea como catapulta las paredes de la Bastilla y la echa por el suelo; la pluma que se mete entre las carnes de los malvados y les hace dar aullidos”.

No le es lícito jamás ofrecer el incienso de la adulación al poderoso y atacar al débil. El espíritu de la justicia es el que se debe informar todos sus actos.

Poco importa que el odio de muchos le persiga, y no le dé punto de reposo. Estos, por lo regular, son los que, como Mauricio Tayerand, según Lamartine, saludan al sol naciente, y vuelven la espalda al sol que se pone. Es preferible a los aplausos de ellos tener la conciencia del deber cumplido, y no sentir, en la noche de los recuerdos, la quemadura del remordimiento en el fondo del corazón.
Fuente: Listin.